La cocina mágica
Imagina que tienes en tu casa una cocina mágica, que te permite obtener la cantidad que desees de cualquier comida del mundo. Nunca tienes que preocuparte de lo que vas a comer, ya que puedes servir en la mesa cualquier cosa. Y como eres muy generoso, les ofreces a los demás comida sin esperar nada a cambio. Alimentas a quienquiera que venga a verte por el mero placer de compartir lo que tienes, y tu casa siempre está llena de gente que se acerca para degustar la comida de tu cocina mágica.
Entonces, un día alguien llama a tu puerta, abres y te encuentras a una persona con una pizza en las manos, te mira y te dice: “Oye, ¿ves esta pizza? Te la doy si me permites controlar tu vida, sólo tienes que hacer lo que yo quiera. Y nunca te morirás de hambre porque yo te traeré una pizza cada día. Lo único que tienes que hacer es ser bueno conmigo”.
¿Te imaginas tu reacción? Sólo con pedírselo a tu cocina obtendrás la misma pizza o incluso mejor, y esa persona te está ofreciendo comida a cambio de que hagas lo que ella quiera. Lógicamente te echarás a reír y le dirás: “¡No, gracias! No necesito tu comida; tengo toda la que quiero. Entra y te daré de comer sin pedirte nada a cambio, pero no voy a hacer lo que me pides. No me voy a dejar manipular a cambio de una pizza”.
Ahora imagínate exactamente lo contrario. Llevas varias semanas sin probar bocado. Estás muerto de hambre y no tienes dinero para comprar comida. Entonces llega esa persona con la pizza y te dice: “Oye, aquí hay comida. Te la puedes comer si haces sencillamente lo que yo quiero”. Hueles el aroma que desprende y estás hambriento. Decides aceptar y hacer cualquier cosa que esa persona te pida. Te pruebas un poco, y la persona te dice: “Si quieres más te lo daré, pero tendrás que seguir haciendo lo que yo quiera”.
Hoy has comido, pero mañana quizás no tengas qué llevarte a la boca, de modo que accedes a hacer todo lo que puedas para conseguir la comida. Y estás decidido a convertirte en un esclavo a cambio de la pizza, porque la necesitas y no la tienes. No obstante, pasado algún tiempo, empiezas a tener tus dudas. Dices: “¿Qué voy a hacer si no me trae la pizza? No seré capaz de vivir sin ella. ¿Y si mi pareja decide dársela a otra persona: ‘Mi’ pizza?”
Ahora imagínate que en lugar de comida hablamos de amor. El amor que hay en tu corazón es abundante. Tienes amor no sólo para ti, sino para el mundo entero. Amas tanto que no necesitas el amor de nadie. Compartes el amor sin condiciones; no te gusta el “si”. Eres millonario en amor y si alguien llama a tu puerta para decirte: “Oye, aquí tengo amor para ti, te lo daré si haces lo que yo quiera”,¿cuál será tu reacción? Te reirás y dirás: “Gracias, pero no necesito tu amor. Tengo ese mismo amor aquí, en mi corazón, sólo que mejor y más grande, y comparto mi amor sin condiciones”.
Pero, ¿qué ocurrirá si estás hambriento de amor, si no tienes ese amor en tu corazón y alguien viene y te dice: “¿Quieres un poco de amor? Te lo ofrezco a cambio de que hagas lo que yo te pida”? De ser así, una vez lo hayas probado, harás todo lo posible por conservarlo. Es posible que te sientas tan necesitado que hasta vendas tu alma para conseguir sólo un poco de atención.
Tu corazón es como esa cocina mágica. Basta con abrirlo para que obtengas todo el amor que quieras. No hay ninguna necesidad de dar vueltas por el mundo suplicando amor: “Por favor, que alguien me ame. Estoy tan solo, no soy lo suficientemente bueno para ser amado; necesito a alguien que me ame, que me demuestre que soy digno de ser amado”. Sin embargo el amor está aquí mismo, en nuestro interior, pero no lo vemos.
¿Ves cuánta desdicha crean los seres humanos cuando piensan que no tienen amor? Están hambrientos de amor y cuando prueban una pequeña cantidad del que alguien les ofrece, sienten una gran necesidad. Se convierten en personas necesitadas y obsesionadas con ese amor. Entonces llega la gran tragedia: “¿Qué voy a hacer si él me deja?” “¿Cómo podría vivir sin ella?” Son incapaces de vivir sin el suministrador, la persona que les proporciona las dosis diarias. Y como están hambrientos, por esa pequeña cantidad de amor permiten que otra gente controle sus vidas. Permiten que otra persona les diga lo que tienen que hacer, lo que no deben hacer, cómo vestirse, cómo no vestirse, cómo comportarse, cómo no comportarse, qué creer y qué no creer. “Te amo si te comportas de esta manera, si me permites controlar tu vida, sólo si eres bueno conmigo. De otro modo, olvídate”.
El problema que tienen los seres humanos es que desconocen que poseen una cocina mágica en su corazón. Y todo este sufrimiento empezó cuando, hace mucho tiempo, cerramos nuestro corazón y dejamos de sentir el amor que reside en él. En algún momento de nuestra vida nos asustó amar porque creímos que el amor era injusto. El amor duele. Intentamos ser lo bastante buenos para otra persona, ser aceptados por otra persona y fracasamos. Ya hemos tenido dos o tres amantes y el corazón se nos ha roto unas cuantas veces. Amar de nuevo significa arriesgarse demasiado.
Por supuesto, nos juzgamos tanto que nos resulta imposible sentir amor por nosotros mismos. Y si no nos amamos a nosotros mismos ¿cómo podremos pretender siquiera que compartimos el amor con otra persona?