Capítulo I

¿Qué deseo?

Este libro le atrajo por una razón. Es probable que su alma le esté haciendo una invitación para ponerse en contacto con la parte más profunda de su ser. Su ser más profundo, su ser esencial, es la fuente de toda la Existencia, de ese campo de conciencia pura que se manifiesta a través de la diversidad infinita del universo. El poder, la libertad y la gracia son atributos de ese campo, como lo son también la felicidad, la alegría y la dicha.

En el transcurso de mi carrera he atendido a miles de personas afligidas por toda clase de problemas y dificultades en la vida. Comencé mi carrera como médico y, en un principio, la mayoría de mis pacientes presentaban alguna patología, como un cáncer o problemas del corazón. Un día, mientras atendía a un paciente enfermo del corazón, por alguna razón le pregunté por qué deseaba mejorarse.

Por la forma como me miró, seguramente pensó, ¿Qué pregunta más ridícula es esa? “¿Acaso no todo el mundo desea mejorarse cuando está enfermo?” respondió.

“Sí”, le dije, “¿pero usted por qué desea mejorarse?”

“Si mejoro podré regresar al trabajo y seguir produciendo más dinero”, respondió.

Por alguna extraña razón, insistí en inquirir por qué. “¿Por qué desea producir más dinero?”

Se mostró divertido y aceptó seguirme el juego diciendo, “Porque deseo enviar a mi hijo a una buena universidad”.

Entonces le pregunté por qué deseaba enviar a su hijo a una buena universidad.

A lo cual respondió, “Deseo darle una buena educación a mi hijo para que sea un profesional exitoso”.

Yo insistí en preguntar, por qué, por qué, por qué…. Al final me respondió, “Porque deseo ser feliz”.

Desde entonces he jugado este juego no solamente con los enfermos que desean mejorarse, sino con todas las personas que me manifiestan tener algún deseo. Ensaye usted. Pregúntele a la gente qué es lo que desea y no deje de preguntar por qué hasta llegar a la respuesta final: “Porque deseo ser feliz”.

La felicidad parece ser la meta de todas las metas y, no obstante, la mayoría de las personas dan muchos rodeos para llegar a ella. Tenemos metas materiales como desear una casa mejor, un automóvil mejor, o cosas lujosas. Tenemos metas que tienen que ver con las relaciones. Deseamos sentirnos seguros; deseamos sentir que pertenecemos. Deseamos poder expresarnos libremente y dejar correr la imaginación. Algunos quizás deseemos tener salud o poder; otros quizás busquen la fama. Pero si preguntamos por qué desean todas esas cosas, la respuesta última siempre es la misma: creen que sólo obteniendo esas cosas podrán ser felices.

Fue a través de mis conversaciones con la gente que comenzó a cobrar forma una idea: ¿Por qué no convertir la felicidad en la primera meta? ¿Para qué buscar la felicidad a través de todos esos medios secundarios? Entonces descubrí algo todavía más interesante. Si convertimos la felicidad en nuestra primera meta en lugar de llegar a ella al final, podremos lograr fácilmente todo lo demás.

Muchas tradiciones espirituales postulan que cuando buscamos primero lo más elevado, todo lo demás llega por añadidura. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento Jesús dice, “Busquen primero el reino de Dios y todo lo demás les será dado”. El reino de Dios no es algún lugar recóndito en un rincón lejano del universo; es un estado de conciencia. Eso mismo es la felicidad.

La mayoría de las personas dicen, “Soy feliz porque… porque tengo a mi familia y a mis amigos, porque mi trabajo es fabuloso, porque tengo dinero y seguridad”. Todas estas razones son frágiles pues van y vienen como una brisa pasajera. Y cuando la felicidad se muestra esquiva, buscamos el placer a través de conductas adictivas con la esperanza inconsciente de encontrar la dicha. Las causas externas de felicidad nunca crean dicha verdadera. La dicha es un estado interior de conciencia que determina nuestra manera de percibir y experimentar el mundo. La fuente interior de dicha (nuestra conexión con nuestro Creador, nuestra fuente, nuestro ser interior) es la causa, mientras que la felicidad es el efecto.

Cuando perdemos contacto con nuestra fuente interior de alegría, cuando la felicidad que experimentamos se origina siempre en las circunstancias ajenas a nuestro ser, entonces quedamos a merced de todas las situaciones y de todos las personas que se cruzan en nuestro camino. Esa clase de felicidad siempre es esquiva.

Los Vedas, en los cuales se consigna una de las filosofías más antiguas de la tierra, nos dicen que ser felices por un motivo no es más que otra forma más de desgracia porque ese motivo nos puede ser arrebatado en cualquier momento. Lo que debemos anhelar es poder ser felices sin motivo alguno.

La felicidad es un estado de conciencia que ya existe en nosotros, salvo que suele estar enterrada bajo toda una serie de distracciones. De la misma manera que las nubes pueden ocultar el más bello amanecer, así también las preocupaciones del diario vivir pueden ocultar nuestra felicidad interior. El condicionamiento social y la conciencia limitada pueden impedirnos ver ese reino celestial oculto en las profundidades de nuestro corazón. Pero podemos aprender a elevarnos por encima de las brumas del condicionamiento y redescubrir la fuente de alegría que mora en nosotros. Una vez descubierta esa alegría comenzamos a experimentar cosas maravillosas y milagrosas. La expresión de la felicidad trae consigo una sensación de conexión con el poder creador del universo. Cuando nos sentimos en posesión de esa conexión es como si nada nos impidiera hacer realidad todos nuestros deseos.

Cuando la vida es la expresión del estado interior de felicidad, descubrimos unas reservas inmensas de poder en nosotros mismos. Este poder nos libera del miedo y de las limitaciones, permitiéndonos hacer realidad toda la abundancia a la cual aspiramos. Más importante todavía es el hecho de que este poder nutre todas nuestras relaciones haciéndolas verdaderamente plenas. Descubrimos que nos convertimos en faros de luz y de amor, y que nuestra sola presencia nutre nuestro entorno. La gente nos rodea para favorecer nuestros deseos, y hasta la naturaleza responde a nuestras intenciones.

Mientras más tiempo vivimos en el estado de felicidad, más frecuente es la experiencia de la realización espontánea del deseo a través de la sincronía y las coincidencias significativas. En muchas tradiciones religiosas, esto es lo que se conoce como estado de gracia. Experimentar la gracia es estar en el sitio indicado en el momento indicado, recibir el apoyo de las leyes de la naturaleza, o tener “buena estrella”. En el estado de gracia, es como si la mente universal o cósmica estuviera espiando nuestros pensamientos y haciendo realidad nuestras intenciones y deseos en el momento mismo en que nos pasan por la mente.

Pero ahí no termina la historia. Si bien la felicidad es la meta de todas las demás metas, lo que realmente deseamos más allá de la felicidad es comprender el misterio de nuestra propia existencia. Hasta tanto eso suceda, por mucho que veamos satisfechos nuestros deseos, no logramos sentirnos satisfechos porque una voz interior nos molesta todo el tiempo. Es la voz que pregunta, ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi propósito en la vida? ¿A dónde iré cuando muera?